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La catástrofe en imágenes: las cicatrices de la megasequía y el cambio climático en Chile

El paisaje en el territorio nacional cambia drásticamente entre los más de 10 años con déficit de lluvias y el calentamiento global.

En invierno, que llueva como lo hacía en la década del 80′ es casi imposible; durante los veranos, que los termómetros rebasen los 35º celsius es casi la regla; y durante todo el año, ver humedales y ríos con grandes cuerpos de agua es casi una curiosidad. El paisaje está cambiando gracias a la megasequía. La reducción de los glaciares tiene a los ríos y sus caudales en mínimos históricos.

Según expertos, el paisaje en Santiago se asimilará en un futuro cercano a las postales de Coquimbo, ya que el bosque esclerófilo tiene un 70% de sus árboles dañados. Y los glaciares montañosos podrían retroceder de manera cada vez más acelerada, teniendo a los Campos de Hielo Sur como principal víctima.

En ese escenario, Tomate Rojo escogió una serie de postales a lo largo de todo el territorio que dejan en evidencia los estragos que el cambio climático están causando, y que reflejan el llamado de los científicos a radicalizar las maniobras para mitigar un desastre que el país tiene al frente, pero del que ni autoridades ni el mundo privado miden sus reales consecuencias.

GLACIARES DE LOS ANDES CENTRALES

La pérdida de masas de hielo es un fenómeno que el planeta sufre a escala mundial. Pero que en Chile se ha visto exacerbado por el componente de la megasequía. Ese detonante, tiene hoy a los glaciares de los Andes Centrales en un punto crítico.

Felipe Espinosa, director de la Fundación Glaciares Chilenos, señala que “en los últimos 10 años los estudios en los glaciares más emblemáticos de la zona central presentan grandes retrocesos, algo que se puede extrapolar a la mayoría de los glaciares de la zona. Recién este último tiempo se ha podido dar a conocer mayor información a la población, pero la pérdida de masas de hielo no es un hecho aislado. No podemos esperar un cambio en esto si las condiciones climáticas se mantienen como en la actualidad””.

Postales de ello son el glaciar Olivares, el colgante El Morado, y El Plomo, según relata Espinosa, en base a las varias visitas que él y su equipo realizan en terreno.

En esa línea, un reciente estudio de la glacióloga chilena, Inés Dussaillant, reveló que los glaciares en los Andes, en su conjunto, perdieron 29 mil millones de toneladas de agua en 20 años y ,en zonas como Santiago, pierden más de medio metro de agua equivalente al año.

Eso dejó en evidencia además que los glaciares de los Andes centrales -o áridos-, a diferencia de los Andes Tropicales y Andes Patagónicos, lucían un cierto balance en sus masas de agua hasta que la megasequía detonó un aterrador deterioro en los últimos 10 años. Algunos expertos calculan que ciertos glaciares han perdido entre el 40 y 50% de su masa en los últimos 12 años.

Colgante El Morado, verano 2017. Cristóbal Reus
Colgante El Morado, verano 2020. Cristóbal Reus.
Glaciar Olivares, 1953-2019. Gentileza.

MEGASEQUÍA EN EL BOSQUE ESCLERÓFILO

Los cuerpos de agua y glaciares, con toda razón, captan las alertas. Pero el verde de los paisajes que proporciona el bosque nativo está tanto o más perjudicado. Un reciente estudio de investigadores de la UC y la U. Mayor, en el marco del proyecto GEF Montaña, descubrió que el bosque esclerófilo en la zona central de Chile está casi agonizando, producto de la megasequía y el aumento de las temperaturas.

En base a un monitoreo en 78 parcelas de la cuenca de Santiago, el equipo determinó que más del 70% de los árboles estudiados presentan daño, de los cuales un 15% es considerado “muy alto”. En ese último grupo, el quillay (60% en estado crítico) y el litre (40%) son los más perjudicados.

El doctor Jaime Rovira, supervisor del proyecto GEF Montaña, explica que “la sequía está afectando especialmente a los sectores de bosque más denso. Ocurre especialmente en bosques más altos y de mediana altura, probablemente porque hay mucha competencia por el agua entre ellos”.

El bosque esclerófilo chileno posee árboles de hojas perennes, que deberían lucir verdes independiente de la estación. Pero en los últimos años, la sequía ha teñido de tonos cafés y amarillos a las especies, lo que indica que están o muy dañados o muertos.

Roviro indica que, de continuar el escenario, el bosque nativo de la zona central se terminará pareciendo en un futuro cercano al bosque esclerófilo de Coquimbo. Para combatir la situación, agrega, se debe proteger al bosque de incendios, del ganado, reducir la presión que existe y ejercer un manejo activo, “utilizando mecanismos para aumentar su la altura sin que aumenten la masa”, explica.

Reserva Nacional Río Clarillo, 2015. / Gentileza.
Reserva Nacional Río Clarillo, 2019. Gentileza.

ADIÓS HUMEDALES Y RÍOS

Los últimos dejaron un par de las postales más crudas de la megasequía: la desolación de los agricultores de Petorca, al ver su río totalmente seco, y la desaparición de la laguna de Aculeo.

El hecho augura ser una tónica en la década venidera. En los últimos 10 años el río Choapa perdió un 58% de su caudal, pasando de los 16,8 metros cúbicos por segundo, a poco más de 7. Algo similar pasó con el río Maipo, que en el sector de El Manzano su caudal es al menos un 40% menos que en 2009.

Camila Cifuentes, coordinadora de Modatima Metropolitano, indica que “en Chile la mayoría de las recargas de los ríos y cuerpos de agua depende de los glaciares, por lo que su disminución afecta directamente la disponibilidad de agua en las cuencas. Sin embargo, ese escenario de cambio climático, innegable, se ve profundizado y exagerado por la acción industrial. Por la explotación irracional como la de la industria agrícola en la zona centro sur, la minería en el norte, y las plantaciones forestales en el sur”.

“En Petorca tú ves laderas de cerros completamente verdes, con unas paltas que pesan hasta un kilo. Eso sólo se puede lograr con mucha agua. El recurso está, el problema es quien la tiene”, dice. Ejemplos de eso son Aculeo y el humedal Batuco, donde además de la sequía, la extracción para privados ha sido un factor determinante para aniquilar sus cuerpos de agua.

Para la agrupación, 2020 será crucial, en cuanto les permita consagrar el agua como bien de uso público en la nueva Constitución, lo que conllevaría una reforma radical del Código de Aguas. Si no ocurre, argumentan, será el exterminio “de la familia agricultora campesina”.

Laguna de Aculeo, 2010.

Laguna de Aculeo, 2019. / Carlos Melo.

TURISMO: EL LAJA, SIETE TAZAS, Y LOS QUE VIENEN…

El presente verano, Conaf debió tomar una medida inédita: cerrar temporalmente el Parque Río Clarillo y el Radal Siete Tazas por falta de agua. A su vez, el Salto del Laja sobrevivió a duras penas en enero y febrero; con una baja en el turismo que preocupa a los comerciantes de la zona.

“La lluvia presenta un déficit anual promedio de entre un 40 y 60% en la zona centro de Chile. Sumado al retroceso de los glaciares, que alimentan estos ríos. Eso produce estos escenarios”, cuenta Patricio González, agroclimatólogo de la U. de Talca.

El experto indica que al próximo verano, y de mediar el mismo déficit de precipitaciones, los caudales del Laja y el Radal terminarán secos. “El bloqueo anticiclónico, que impide el paso de sistemas frontales a la zona central, va a continuar de aquí al 2023, según nuestras proyecciones. De aquí a esa fecha se sumarán más lugares turísticos afectados, además de ríos como el Mataquito”.

Salto del Laja, 2009.
Salto del Laja, verano 2020. / Patricia Núñez Calderón.

EL ÚLTIMO PALUSTRE DEL SECANO INTERIOR Y LA BIODIVERSIDAD EN PELIGRO POR LA MEGASEQUÍA  

En Cauquenes, aunque pocos lo sepan, agoniza el último cuerpo de agua palustre. Un  humedal ubicado en el secano interior del país: el Ciénago del Name.

Su extensión hace cinco años era de unas 200 hectáreas: 132 de pantano y vegetación acuática, y más de 61 hectáreas de espejo de agua. Ahora, sin embargo, “el humedal redujo su espejo de agua en más de un 50%”, según explicó Pedro Garrido, investigador de la Facultad de Ciencias Forestales de la U. de Talca.

Expertos le dan menos de 10 años de vida, ya que en los inviernos, donde antes llovían unos 700 milímetros de agua y ahora menos de 300, el espejo de agua se recupera a duras penas. Los humedales palustres, al ser de baja profundidad, pantanosos y de vegetación exuberante, son repositorios de una gran variedad de especies.

Garrido indica que por eso es una catástrofe. En su investigación documentó unas 80 especies, como el cisne negro, varios tipos de patos, garzas, taguas, pidenes; y aves migratorias como el pitotoy y la golondrina. De ellas, nada quedará cuando el humedal se seque.

Humedal antes
Humedal después

CAMPOS DE HIELO SUR Y TERRITORIO ANTÁRTICO

El glaciar O’Higgins y el glaciar Grey, dos de los más icónicos del país, sufrieron colosales fracturas en sus cuerpos de hielo en los últimos años. Aquí la sequía no es factor, sino que es el efecto directo del calentamiento global.

En 2017, el O’Higgins sufrió un repentino desprendimiento de más de 2 kilómetros cuadrados de hielo. Lo que modificaron su forma característica. En tanto, el glaciar Grey tuvo fracturas en febrero y marzo de 2019 que totalizaron una fractura de 16,3 hectáreas de la lengua Este del cuerpo de hielo.

Francisco Fernandoy, glaciólogo de la UNAB, indica a Tomate Rojo que el fenómeno se explica en la combinación del adelgazamiento sostenido del hielo de ambos glaciares. Además del aumento en las temperaturas. “La parte final de estos glaciares termina sobre el agua. Se produce un derretimiento tanto de arriba como abajo, que lo termina fracturando”.

El experto indica que el retroceso glaciar es normal, debido a que la Tierra está “saliendo de la última época glaciar”. Sin embargo, lo que observamos se escapa de cualquier cálculo, porque se suponía que el retroceso sería más lento. Esto lo explica el factor humano. Se estima que más del 80% de las pérdidas de hielo en los Andes es resultado del derretimiento de los enormes glaciares de los Campos de Hielo en la Patagonia; que suman 17 mil kilómetros cuadrados.

La Antártica, por su parte, pierde anualmente cerca de 127 mil gigatoneladas de hielo continental. Y eso se está dejando evidencias claras en varias zonas; las que además de ver modificado su paisaje, muestran veranos más calurosos y un hielo marino cada vez menos robusto en invierno.

Glaciar O”Higgins, diferencia entre 2015 y 2019.
Refugio INACH en el glaciar Collins. 6 de febrero de 2008. / Manuel Gidekel.
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