Los efectos del cambio climático ya se están haciendo visibles en el daño que ha sufrido nuestros bosques nativos o esclerófilo; presente en la zona central y que representa el 23,3% de la superficie total de nuestro país.
Se puede construir un relato de cómo este se ha ido deteriorando en el tiempo, principalmente por el establecimiento de las ciudades; por la presión urbana que éstas ejercen sobre los espacios naturales; la expansión de la agricultura e industria forestal; por los incendios; factores que han mermado la presencia de especies nativas en el territorio.
Esto es lo que ha generado un cambio en nuestros paisajes y ha reflejado una relación puramente extractiva hacia nuestros recursos naturales. Todo en completo desequilibrio con los ciclos naturales y el valor de nuestro patrimonio natural. Esta situación es de principal importancia por la adaptación que las especies presentan para sobrellevar dichas condiciones.
Un estudio desarrollado por académicos de la Universidad Católica y la Universidad Mayor, determinó que las especies nativas se están secando en el bosque de la Región Metropolitana. A través de mediciones del índice de masa foliar, se determinó que las especies más afectadas han sido el quillay, litre y peumo. Ellas han mostrado una preocupante pérdida de su masa foliar, que se demuestra desde un cambio de coloración hasta la pérdida total de hojas; en árboles que no deberían perder más de un 5 % a un 10 %, de éstas (porque todos los árboles, caducos o perennes renuevan las hojas).
Este desequilibrio denota, además una escasa valoración (y conocimiento) sobre los servicios ecosistémicos que estos cumplen; entendiendo por esto: protección de suelos, regulación del ciclo del agua; hábitat de diversidad de especies (aves, mamíferos, reptiles e insectos); captura de material particulado; captura de CO2, producción de O2; barrera para la desertificación; control de cuencas para evitar aluviones; regulación de temperatura; beneficios sociales (culturales, económicos; recreacionales, por ej.), etc.
“No cuidamos porque no sabemos” parece ser una consigna demasiado simplista para lo que significa el aporte de nuestras especies nativas; conformando un ecosistema de evidentes beneficios.
Flora en nuestros bosques nativos
Los árboles y arbustos del bosque esclerófilo están adaptados para crecer en climas de tipo mediterráneo (que está en pocas zonas del mundo, como Australia, California, Sudáfrica, la cuenca del Mediterráneo y Chile Central). Las especies de esta conformación vegetal poseen hojas duras (de ahí el nombre), que son resistentes y que les permiten controlar la pérdida de agua durante los períodos de sequía.
Estas características son aún más relevantes considerando los efectos del cambio climático en la zona central de Chile, que ha tenido períodos prolongados de sequía y con altas temperaturas.
¿Qué hacer?
Si bien urgen medidas de protección y sobre todo de generación de conciencia respecto a la relevancia de valorar y conservar nuestros bosques nativos, lamentablemente no basta solo con eso. Evidentemente se necesita incrementar nuestras acciones beneficiosas sobre el medio ambiente y de esfuerzos mayores para transformar nuestro vínculo con la naturaleza y para generar cambios en los ecosistemas.
Desde Cultiva, entendemos la educación como una herramienta de transformación que, vinculada a la acción, genera cambios positivos en las personas y en el entorno.
Desde el punto de vista de la rehabilitación de terrenos degradados, se debe aumentar la superficie de bosque nativo. Por esto, realizamos reforestación con especies nativas en la zona central del país, que corresponden a especies del ya mencionado bosque esclerófilo.
Esta plantación, que es un medio para la acción, se efectúa en bosquetes en asociación de diversas especies; buscando emular la conformación natural de bosques, dialogando con el paisaje que queremos construir y conservar.
Educación por el frente
Más allá del esfuerzo por la restauración de áreas naturales, el modelo de Cultiva, centra las acciones humanas como un factor determinante en cambiar nuestra relación con la naturaleza y en como transformando esa relación podemos transformarnos a nosotros mismos, siendo agentes de cambio de un mejor planeta, del que todos somos responsables.
Resulta clave entender los roles, funciones e interacciones entre los distintos componentes de un ecosistema para desarrollar medidas y acciones que protejan y potencien nuestro patrimonio natural, a través de un desarrollo sostenible, armónico y que establezca prioridades de conservación.
En ese sentido, la educación y el empoderamiento de las nuevas generaciones, poniendo claro énfasis en lo anterior, será fundamental para pasar de las buenas intenciones de unos pocos a la obligación que tenemos todos por proteger a nuestras especies.
Claudio Saavedra | Director de Operaciones de Cultiva