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Ecosistemas Migratorios: una nueva oportunidad para aprender y jugar en la naturaleza

Te presentamos el primero de una serie de textos que narran el desarrollo de Ecosistemas Migratorios, experiencia que reconecta a mujeres con la naturaleza desde la educación ambiental y el vínculo con la protección de los ecosistemas de los que ahora son parte.

25 de marzo, 8:30 de la mañana y el clima otoñal se dejó sentir apenas bajaron del bus. En las puertas del Bosque Santiago, ubicado en La Pirámide 6000, comuna de Huechuraba, un grupo ansioso esperaba para entrar. Eran cerca de 20 mujeres participantes de la Organización Migrantas, quienes dieron inicio al proyecto “Ecosistemas Migratorios”, financiado por Patagonia Chile. La medida busca acercar a la comunidad migrante a espacios de la naturaleza en la Región Metropolitana y Valparaíso.

Listas para iniciar la caminata, se sacaron una foto grupal. Javier Batías, educador ambiental del Parque Metropolitano de Santiago (Parquemet), les dió las indicaciones antes de entrar al bosque: no salir del sendero, no acercarse demasiado a la fauna que ronda el sector y llevarse toda basura generada. Luego, el joven guía invitó a las presentes a tocar la tierra, en forma de respeto por la naturaleza que ahí habita. Tres golpecitos al suelo y las puertas se abrieron, dejando a la vista un oasis en medio de la agitada y ruidosa ciudad de Santiago.

La emoción de aquellas mujeres tan diversas como fuertes no se hizo esperar.

“Vivo en una selva de concreto, y ver que hay pequeñas partes de reserva… Me alegro mucho de que nos dejen disfrutar de esta belleza”, dijo Beatriz al preguntarle cuál fue su primera impresión del recinto.

Pero también había un dejo de tristeza en las visitantes, pues pisaban un bosque relicto (ecosistemas que hoy son más restringidos que en el pasado), solo una pequeña parte de lo que había sido antaño. El Bosque Santiago es de carácter esclerófilo, lo que significa que las especies de árboles presentes ahí poseen hojas duras, las que los ayudan a sobrevivir tanto en las sequías como en las olas de calor, fenómenos característicos de un clima mediterráneo como el de Chile.

Luego, abrazado por el trino de pájaros y el aire puro, el grupo se dirigió a la Estación Subterra, zona en que los visitantes pueden vivir la experiencia de los animales fosoriales, es decir, aquellos que habitan y se mueven por medio de madrigueras. En medio del vitoreo de la mayoría de las asistentes, solo las más osadas y valientes se deslizaron por los grandes tubos amarillos, imitando así la fauna silvestre del sector. Uno que otro chiste y las risas no pararon hasta el fin del recorrido.

A eso de las 11:00 de la mañana, el sol salió y acompañó al grupo en su subida al cerro. Y aunque a veces el camino se hiciera duro para algunas, siempre contaban con el resto para apoyarlas. Eso es, más o menos, la labor de Migrantas.

Rodeadas de peumos, quillayes y otras especies de árboles, llegaron al punto de la cumbre más alto que alcanzarían en la jornada. Ahí encontraron un espacio dedicado al avistamiento de aves, pero ninguna apareció por el lugar. Sin embargo, igualmente pudieron aprender sobre aves chilenas y fotografiarse con una silueta que dejaba en evidencia el tamaño de los cóndores, del águila mora y del halcón peregrino.

Ecosistemas Migratorios

“Si amas a la naturaleza, encontrarás la belleza en todas partes”, se leía en una banca, casi a ras de suelo. Pero amar también implica cuidar y proteger, de ahí que las participantes de la caminata se preguntaran por la importancia de cuidar su entorno natural.

“Yo creo que es importante el cuidado de la naturaleza porque es lo que realmente podremos heredar a nuestras hijas e hijos”, aseguró Ingrid Suárez, razonamiento que todas compartieron.

Finalmente, las mujeres extasiadas por el paisaje, llegaron hasta la Estación Kochu Co, expresión que significa “agua dulce” en mapuzungún. Ahí, en medio del bosque, aguardaba un gran humedal, que servía de hogar a decenas de peces que, entre flores de Loto, asomaban para ver si caía algo de alimento. Ese día, para su desgracia, nada fue arrojado.

A unos diez metros del humedal, todas esas mujeres reían como niñas, se columpiaban y hacían lo que muchas veces se les niega a las personas en movilidad humana: el derecho a hacer comunidad y a la distensión.

Después de unos minutos, llegó la hora de partir. Todas se dirigieron a la salida, pisando lento sus propias huellas y buscando con la mirada cualquier cosa que haya pasado desapercibida. Sonrieron hacia la cámara todas juntas por última vez, se escucharon las últimas risotadas, y subieron al mismo bus que las trajo en primer lugar.

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