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“Fast Fashion”: los daños de la moda rápida se potenciaron durante la pandemia

Desde hace años se viene criticando el sistema de producción de fast fashion y la manera en que estamos consumiendo ropa. Este concepto se refiere a la realización en serie de prendas y a la venta con precios bajos. Ropa de usar y tirar, le dicen algunos. En Chile estas empresas han sido muy exitosas en la última década, pero que en algunos países han sido cuestionadas y que incluye a famosas tiendas de retail como Zara, Forever 21, H&M y Topshop. 

La idea de esta forma de producir es que los clientes no dejen de consumir. Constantemente se está comprando. Los precios son tan bajos y accesibles, comparados a algunos años atrás, que genera la sensación de que tenemos plata, por ende, la podemos gastar. Esto sumado a los descuentos y promociones que van surgiendo a cada rato y a las múltiples colecciones al año.

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Durante la pandemia estas grandes empresas internacionales de fast fashion han tenido que adaptarse y redirigirse al negocio online para poder sobrevivir. Algunas tiendas físicas han cerrado para dedicarse solamente a la venta online y otras simplemente han quebrado. Por un lado, esto le da la oportunidad a la industria local de vender más. Muchos creen que es un tiempo que puede ser utilizado para generar conciencia sobre la forma en que compramos ropa y volver a preferir la calidad ante la cantidad.

Otro problema de este modelo es que muchas personas de países subdesarrollados dependen de la industria textil para sobrevivir y algunas tiendas dejaron de producir durante un tiempo en la pandemia, por ende, han aumentado las dificultades de supervivencia. Por otro lado, si es que siguen produciendo, el hacinamiento en el interior de las industrias hace difícil mantener las medidas sanitarias requeridas en el contexto actual.

Sobreproducción

Uno de los principales conflictos que se trae el fast fashion es la producción en serie de nuevas prendas. Tradicionalmente las tiendas lanzaban un poco más de cuatro colecciones al año, una por cada temporada. Ahora, con estas marcas globales, las colecciones van variando cada una semana, lo que implica hacer aproximadamente 52 colecciones al año. 

Esto significa que constantemente nos estamos enfrentando a nuevas tendencias y  rechazando productos que “quedan atrás”. La consecuencia directa de esto, es que la ropa se está produciendo masivamente, por lo que, son miles las prendas que se botan o queman luego de un tiempo.

“Ese aceleramiento de la industria y esta sobreproducción hizo que también el marketing y la publicidad le dijera a la gente que tiene que cambiar de tendencia; que tiene que tener la ropa nueva. Y en el fondo el consumidor respondió a eso y empezó a comprar demasiado”, indicó Beatriz O’Brien, socióloga y directora de Bien Común. “Es como una constante ansiedad”, agregó más adelante.

Fast Fashion a la órden

Según datos del Foro Económico Mundial, cada año, 200 millones de libras de ropa -más de 90 millones de kg- terminan en los vertederos de Nueva York, lo que equivale a llenar la estatua de la libertad con prendas 440 veces. Un informe realizado el 2017 por Ellen MacArthur Foundation, indica que el 85% de los textiles son incinerados o terminan en vertederos, y menos del 1% del material utilizado para confeccionar ropa es reciclado en nuevos productos.

“Este es un momento como para volver a pensar en ponerle freno a esta situación. Se habla que tenemos tanto textil; que hemos producido tanto sobre todo en los últimos 20 años; que podríamos parar la industria y tenemos por lo menos 10-15 años en que podríamos solamente reutilizar. Especialmente en Chile que llega tanta ropa de segunda mano, y que mucha de esta está siendo botada o quemada. Yo a veces siento que estamos hundiéndonos en ropa sin darnos cuenta”, mencionó la socióloga.

Efectos del fast fashion en la industria

“No puede ser que en una tienda en descuento una polera vale dos lucas o tres lucas, hay que pensar todo el esfuerzo productivo que hay detrás de una tienda. Desde los materiales hasta hacer textil en maquinarias, confeccionar, traer la ropa para acá. Cómo puede ser que finalmente la prenda cueste tres lucas, ¿cachaí? Es demasiado barato. Acostumbramos a pagar muy barato por la ropa”, afirmó O´Brien. “Alguien está pagando el precio de esta cadena, porque es una industria humana, hay mucha gente metida ahí. Los costos han ido bajando, pero en pos de que ha ido bajando el valor de la mano de obra”.

Generalmente, lo que compramos de tiendas de fast fashion como H&M o Zara es producido en países subdesarrollados que dependen de la exportación de suplementos de la cadena textil. Son industrias que le dan empleo a miles de personas, pero las condiciones y el pago que se les entrega son mínimos comparados con las horas de trabajo. 

Fast Fashion
 

Por otro lado, en lugares como Bangladesh, el impacto que ha tenido esta industria en el medio ambiente es irremediable, como lo muestra el documental “El verdadero costo”, publicado el 2015. Para la producción de ropa se necesita agua, se usan alrededor de 450 litros de agua para hacer una polera -más dos años de agua potable para una persona, según cifras del Comité Asesor Internacional del Algodón. Esta agua se dirige a los ríos del país, contaminandolos y volviéndolos inhabitables para la fauna marina.

Para cultivar la fibra, suelo. Se usan químicos para acelerar procesos y para teñir; y también se genera mucha contaminación atmosférica en el proceso de producción. Al comienzo de la pandemia, las reconocidas empresas internacionales que producen en estos países fueron foco de críticas debido a que se aseguró que hicieron grandes pedidos, que luego cancelaron y no pagaron. El hashtag #PayUp dio vuelta el mundo solicitando que se paguen los sueldos a los empleados, con lo que se logró que muchas de las empresas se comprometieran a hacerlo.

“Hay que considerar que uno tiene la imagen de estas fábricas como grandes fábricas que hay por ejemplo en China, pero sobre todo en Bangladesh que hay una desregulación absoluta hay muchos talleres locales que están dentro de la cadena”, indicó Pablo Galaz, director ejecutivo de Fashion Revolution Chile.

El especialista aseguró que todo se complicó en los primeros meses de este año: “Las grandes empresas terminaron los contratos que incluso estaban en camino para la temporada de invierno. (…) Por ejemplo, pagaban el 50% adelantado. (…) Entonces los fabricantes compraron materiales, empezaron a hacer las prendas, pero cuando vino todo esto la marca dijo no, sabes que no vamos a pagarles lo que le pedimos. Se tuvieron que quedar con el stock, lo que significa además tener que perder dinero por almacenamiento. Las fábricas no pudieron pagarle a sus proveedores, porque no tenían el pago final del trabajo, entonces fue todo un desastre”.

Para él, con la pandemia quedó al descubierto “la fragilidad de la cadena de suministros”, y todo el impacto que tiene por detrás de lo que le pasa a las grandes marcas, que es lo que uno suele conocer.

Otras alternativas

Con el cierre de las tiendas durante la cuarentena, se dio el espacio a que marcas y vendedores independientes surgieran como una alternativa atractiva para la población. Además, obligó a que hasta los pequeños productores se abrieran paso al comercio online, por ejemplo, la Municipalidad de La Ligua preparó una guía textil para ayudar a que sus comerciantes puedan obtener ingresos durante estos meses.

En Instagram se ha podido ver un aumento en las cuentas de tiendas de ropa americana y también hay tiendas que reciben prendas que la gente ya no utiliza y se dedican a vender la que esté en buen estado. A pesar de no ser una solución al verdadero conflicto de la industria, esto puede aportar económicamente a las personas y también permite que las prendas no se desperdicien en vertederos. 

Antonia Zapata tiene una cuenta para vender ropa americana en esta red social (@puchamikatienda) desde el 2017. Asegura que partió este año comprando un solo fardo, porque no tenía mucha expectativas de que la gente comprara ropa si estábamos en cuarentena. Para su sorpresa, le fue muy bien. Sus ventas han aumentado bastante y estos meses ha tenido que ir comprando constantemente.

Al preguntarle por qué cree que esto ocurrió, afirmó que según ella estamos “domesticados/as bajo lógicas de consumo que no tiene mucho sentido, el seguir comprando ropa aunque no tengas tiempo para ponértela. (…) A mi me pasa cuando abro los fardos, que es ropa usada pero hay veces que vienen con etiqueta. Al final no tiene sentido el ir a un mall y comprarte ropa cuando ya hay demasiada ropa disponible para usar. Si solo ocupáramos los fardos de las bodegas que hay acá en Chile alcanzaríamos a vestir a demasiada gente”.

“Darle un segundo, tercero o cuarto uso a esa ropa que ya está usado, es ir cortando muy de a poquito el círculo violento que tiene la industria de la moda detrás. De manera individual no es que puedas hacer mucho, pero tomando conciencia de a poquito, yo creo que algo se puede hacer”, afirmó, indicando que esta es la razón que a ella la motiva a reutilizar ropa.

Los que luchan por una moda sustentable hablan de volver a darle identidad a la ropa, de encariñarse con ella y no comprarla para utilizarla solo una vez o dejarla guardada en el closet. Empezar a diferenciar el desear, del necesitar. Por otro lado, Pablo Galaz plantea la importancia de que las tiendas, ya sean grandes o pequeñas, transparenten qué pasará con la ropa que no pudieron vender debido a esta pandemia.

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