Columna de opinión escrita por Alvin Saldaña Muñoz, abogado ambientalista y candidato a constituyente por el Distrito 15 (Codegua; Coinco; Coltauco; Machalí; Doñihue; Rengo; Graneros; Olivar; Mostazal; Requínoa; Malloa; San Francisco de Mostazal; Quinta de Tilcoco, y Rancagua).
Puedes revisar su programa de candidatura a la Convención Constitucional en este link.
Poner orden en la casa es poner fin a la falsa dicotomía entre economía y ecología:
Chile atraviesa hoy una crisis transversal: corrupción generalizada, violaciones a los Derechos Humanos, graves daños a los ecosistemas, enorme inequidad, endeudamiento y precarización. Y frente a esto, lo peor que podríamos hacer es irnos por las ramas, necesitamos coraje para enfrentar la raíz de estos problemas.
En la llamada área ambiental esto se replica además concatenado a la crisis ecológica global: desertificación y degradación de los suelos, contaminación de ríos y napas subterráneas con químicos, metales pesados y residuos biológicos, la pérdida de bosques, especies; ecosistemas gravemente dañados y fragmentados, y uno de las problemáticas principales, sistemas hídricos colapsados o prontos a hacerlo.
Por otro lado, la creciente existencia de zonas de sacrificio que amenazan incluso la salud humana, demuestra que la forma en que venimos haciendo las cosas no da para más, y que de no abordarse de manera integral, amenazan no solo el desarrollo del país sino que nuestra sobrevivencia y el de las generaciones futuras.
Por otro lado, la proliferación de leyes muestra que la situación se aborda de manera reactiva, parches que buscan tratar síntomas. Una crisis es la oportunidad de hacerse cargo de lo que está mal en la base.
Chile en el top 5 de conflictividad ambiental y también “líder” en huella de carbono
No puede ser motivo de orgullo, pero Chile ocupa 5to lugar a nivel global en conflictividad ambiental según estudio elaborado el 2016 por el Consejo Nacional de Innovación para el Desarrollo (CNID), organismo asesor de la Presidencia de la República, y que mide el índice de conflictos ambientales por habitantes.
Sin considerar la referida proporcionalidad, Chile ocupa el lugar 12 en conflictividad general lo que es claramente altísimo. Cabe destacar que la mayor parte de los conflictos tiene que ver con el agua.
No es casual que esta conflictividad vaya de la mano con la extracción desmedida de los llamados “recursos naturales”.
La reconocida entidad Global Footprint Network realiza la medición de la huella ecológica global y para el año 2020 superaba en 1,75 veces la capacidad de regeneración del planeta, por lo que claramente estamos autodestruyendo la base natural que nos sustenta.
En términos de “día de la deuda ecológica”, Chile tiene el peor récord de Latinoamérica, entrando en sobregiro para el año 2021 el día 18 de mayo, peor que los años anteriores, por lo que realmente no estamos avanzando. Insistimos que lo peor que podemos hacer es mirar para otro lado.
Unir economía y ecología, única vía de desarrollo sostenible
Yendo a la raíz del asunto, nos encontramos con verdades simples: quien no comprende cómo funciona su casa está destinado a administrarla mal, produciendo a larga pobreza y deterioro.
Entonces si Economía (Eco/Nomos) – en su etimología – significa las normas que rigen la casa, y Ecología significa el conocimiento sobre esa misma casa (Eco/Logos), hemos estado bien extraviados estas últimas décadas al pretender implementar un modelo de desarrollo donde ambas cosas se presentan como contrapuestas.
Claramente no es nada riguroso la mera idea del crecimiento económico infinito en un mundo finito, por lo que históricamente, si superamos esta crisis, la recordará nuestra humanidad como una época de gran ceguera y desorientación valórica.
En términos prácticos y a largo plazo (y como incluso comprenden los ODS 2030 de la ONU) no puede haber economía que no respete nuestros límites planetarios, no puede haber desarrollo sin auténtica sustentabilidad social y biológica (y eso implica comprender que crecimiento económico y desarrollo no son lo mismo), pues dependemos totalmente de la capacidad de regeneración y recarga de la naturaleza lo que hoy es además medible.
“Si nuestra prosperidad depende de la naturaleza, ordenar la casa requiere que la nueva constitución siente las bases de un desarrollo sostenible social y ambientalmente”, Alvin Saldaña, abogado ambientalista.
Para que la preservación de la naturaleza sea entonces eficaz se requiere que toda actividad humana, sea estatal o privada, respete sagradamente este límite. Y para que este límite sea ordenador en términos de jerarquía normativa, debe debe quedar plasmada en nuestra constitución en su parte doctrinaria (tal como lo son hoy los Derechos Humanos en el art. 5° de la actual Constitución, como límite a la soberanía).
Además nuestra nueva Constitución (a diferencia de la actual) debe tener un Preámbulo, que diga claramente el proyecto de país que soñamos, y que sirva precisamente de orientación y criterio interpretativo luego en su aplicación.
Por otra parte, la preservación de la naturaleza, requiere una necesaria transformación de la legislación que sostiene este modelo de desarrollo, pues el modelo completo se diseñó sin ningún criterio de sostenibilidad: el Código de Aguas de 1981 mercantiliza el agua, el DL 701 de fomento a la actividad forestal de 1974 (recordar aquí el mito del “libre mercado”, pues el crecimiento de este sector ha sido sistemáticamente subsidiado con dineros de todos por 47 años consecutivos), el Código de Minería de 1983 (un sector privilegiado de nuestro país, en total desigualdad frente a las llamadas PYMES), todas estas normas fueron creadas sin ningún criterio de sostenibilidad y sin respetar la soberanía de los pueblos sobre sus riquezas naturales (que establecen los tratados internacionales de DD.HH, ratificados por Chile).
Recordemos que la Ley de Bases Medioambientales, 19.300 de 1992, es posterior a la implementación de estas normas, y todas sus buenas intenciones de su mensaje (que parece una oda al ecologismo), no pasan de ser pura hipocresía al no tocar los ejes normativos que sostienen el modelo basado en la mera extracción de materias primas.
“El camino al infierno está lleno de buenas intenciones” dice el dicho
Así que ya basta de autoengaños. Es necesario que el criterio ecosistémico sea la base sobre la cual se estructure todos los ejes de las actividad económica, poniendo el crecimiento monetario y la libertad empresarial jerárquicamente por debajo de este límite y que es el lugar que naturalmente les corresponde, al ser pues el dinero un medio y no un fin en sí mismo (y ojo, la codicia es una enfermedad).
¿Y quien va a custodiar un nuevo desarrollo? ¿lo harán los intereses pecuniarios personales de esa abstracción que llamamos mercado?, ¿O lo harán quienes tienen fijación con el resultado del siguiente balance? ¿lo hará una clase política endogámica cuya fijación está puesta en el resultado de la siguiente elección? ¿No será más sabio que quien custodie los ecosistemas sean las mismas personas que los habitan?.
Necesitamos pues más democracia, sobre todo local, participación directa de lo colectivo en las decisiones económicas y ambientales, único antídoto regulador del individualismo egoísta y destructivo. Y eso no existe hoy y es urgente implementarlo desde la Carta Fundamental.
Y para ello es indispensable que se garantice por el Estado el acceso a la información sobre el estado de los ecosistemas, única medida que permitirá medir los llamados impactos acumulativos y que nos permitirán de saber a ciencia cierta si estamos o no rumbo al colapso ecosistémico en un determinado territorio (en realidad esta es la razón oculta por la cual este gobierno no quiso comprometerse con el Acuerdo de Escazú, pues le obligaba a levantar tal información).
Levantar esta información por el Estado y por las empresas privadas, nos permitirá corregir el rumbo y evitar más zonas de sacrificio. ¡Solo la verdad nos hará libres!
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